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¿Qué hay detrás de los hábitos autodestructivos? - Enric Responde 30

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Parémonos a reflexionar por un momento en nuestro origen más orgánico, biológico y objetivo, aquel que es mesurable, comprobable y tangible. Cada uno de nosotros venimos de la culminación de una relación sexual entre dos personas. Sin embargo, ¿qué sensación corporal experimentamos si, por un momento, visualizamos la escena en la que surgió el fenómeno de nuestra existencia?

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En la mayoría de los casos desencadenará una sensación de rechazo, repulsión o tal vez lo catalogaremos de pervertido, antinatural o desagradable. En muchas ocasiones, el simple hecho de hablar de sexo resulta motivo de rubor, sorpresa, enfado e incluso censura. La sexualidad pertenece al ámbito de la intimidad y no debe ser compartida. Pareciera que debe permanecer en la sombra, en el hogar de cada persona, en el inconsciente del individuo... A un ser vivo lo define su capacidad de crecer, alimentarse y reproducirse, siendo un pilar básico y común a todos los seres que pueblan la tierra. Entonces, ¿por qué la necesidad biológica de la reproducción no se aborda de una forma tan natural como la alimentación o el crecimiento?

Vemos como en la mitología que predomina en nuestro inconsciente social, la judeocristiana, ya se contempla la sexualidad como la primera de las vergüenzas. Al ser expulsados del paraíso, Adán y Eva tomaron conciencia de su desnudez e inmediatamente se taparon, escondiendo su sexualidad al considerarla pecaminosa. Avergonzarse de su sexualidad fue, arquetípicamente, la primera consecuencia del pecado original. Es fácil intuir el simbolismo de este acto reflejo en la sociedad donde habitamos.

Al mismo tiempo, estar desnudos, uno frente a otro, sin culpabilidad, sin vergüenza, es una forma de volver a nuestra naturaleza más original, visitar aquel paraíso del que nos convencieron que fuimos expulsados.

Todos conocemos creencias limitantes acerca de la sexualidad, “solo puede ser disfrutada cuando se acompaña de amor”, “tan sólo debe usarse como medio para reproducirnos”, “quien lo hace mucho es tal cosa...”, “quien lo hace poco es tal otra cosa...”. No hace tantos años que en los colegios advertían a los niños que, si se masturbaban, podrían quedarse ciegos, les saldrían pelos en las manos o incluso ofenderían al mismo Dios. No podemos pasar por alto que todas estas directrices forman parte del esqueleto ético de nuestra sociedad y que, como tal, podemos verla reflejadas en multitud de comportamientos a nivel educativo, social e incluso político o legal.

A raíz de esta reflexión, surgen varios interrogantes: ¿por qué ha sido tan importante reprimir esta faceta humana en la sociedad en la que vivimos? ¿Qué encierra la sexualidad que la hace tan presente, tan poderosa y tan temida al mismo tiempo?

El desarrollo de la sexualidad adulta se produce en la adolescencia al mismo tiempo que la diferenciación del individuo con respecto al clan.

Podríamos inferir entonces que la sexualidad está asociada con el proceso de individuación de la persona. Por lo tanto, el desarrollo sexual está íntimamente ligado con el crecimiento y desarrollo afectivo y social. Además, es el proceso alquímico humano por antonomasia, el medio por el cual dos se hacen uno, la dualidad confluyendo en la unidad. Es por ello que la sexualidad recoge nuestro más genuino instinto biológico de supervivencia y, por otra parte, nuestra más pura aspiración espiritual de trascendencia.

Cuanto más represión, más juicios se emplean, es fácil identificar cómo compensamos nuestra represión con el mecanismo proyectivo de la sombra. Cómo, en muchas ocasiones, los que se definen desde el puritanismo más absoluto, son los que más critican las conductas sexuales de los demás y, al mismo tiempo, los que más sienten que deben esconder.

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